El lavado de dientes se realiza normalmente después de las comidas, pero muchas personas no pueden evitar cepillárselos nada más salir de la cama.
Este hábito puede dar un sabor desagradable sobretodo en el desayuno y si ingerimos zumo de naranja. En realidad, si comemos cualquier dulce con un matiz amargado, ocurre lo mismo. La culpa de dicho sabor es el lauril sulfato de sodio y el lauril éter sulfato de sodio, ambos ingredientes presentes en el dentrífrico y que hace que tenga espuma una vez se mezcla con agua.
Esta sustancia facilita la limpieza dental, pero también, supone otros efectos bloquea el sabor a dulce y la estimulación del amargo.
Antiguamente se estudiaba en el colegio la lengua como un mapa de colores que correspondía a los sabores que podían detectar las papilas gustativas de cada zona lingual. Hoy sabemos que la realidad es distinta y que el gusto se distribuye por igual por toda la lengua.
Sin embargo, si que existen receptores especializados en diferentes sabores y que, si estos se bloquean, el gusto de un alimento puede cambiar mucho.
Y esto es lo que hacen estas dos sustancias ya que tienen la capacidad de bloquear la percepción del dulce y degradan los fosfilípidos, unas moléculas que normalmente ayudan a enmascara el sabor amargo. El resultado es un gusto amargo más intenso, que ya de por sí se había hecho más notable al eliminar el dulce de la ecuación.
El efecto no dura mucho, así que es mejor dejar un tiempo prudencial entre el lavado y el desayuno o, en todo caso, lavar los dientes después de comer. Ninguna de las dos sustancias es peligrosa para la salud y que sus efectos «negativos» solo afectan a algunos alimentos.
Así que para evitarlo es mejor dejar un tiempo prudencial, en los niños y adultos sensibles a los cambios de sabor.