Si se cruza en coche desde Bale hasta Lugano, Suiza es el decorado ideal de un documental en el que desfilen cumbres cada vez más majestuosas, lagos cada vez más extensos… y túneles cada vez más largos. Todo aquel que se haya dejado conquistar por este país regresa cada verano para hacer senderismo y cada invierno a sus pistas de esquí alpino o de fondo.
Ginebra, merece la visita por su emplazamiento y su jet dieau, pero también por su casco antiguo (antigua catedral, casas medievales, palacios, ayuntamiento, iglesia de la Madeleine), sus barrios elegantes (Carouge, Paquis), su jardín botánico y sus distintos museos: el Museo Ariana (cerámicas, porcelanas), el Museo de la Relojería y el Museo Rousseau. El 6 de diciembre, cuando se celebra la carrera de la escalada, la ciudad celebra la victoria de los ginebrinos sobre los saboyanos hace más de cuatro siglos.
Lausana vale la pena por su catedral del s. XIII y sus museos. Aparte de su festival de jazz, Montreux es famoso por su clima templado, origen de la Riviera Vaudoise. Sion hace valer su iglesia fortificada, Notre Dame de Valère. El carnaval de Bâle está entre los mejores de Europa, pero la ciudad cuenta con ricos museos (Schaulager, Tinguely, Vitra Design Museum, fundación Beyeler). Lugano ofrece, a orillas de su lago, la belleza de sus jardines y de la colección privada de Villa Favorita.
En la Suiza oriental se imponen tres ciudades medievales: Schaffhouse, que conserva las casas de doce gremios de oficios; Stein am Rheim, con unas cuantas fachadas decoradas con frescos; y Saint Gallen, conocido por los 2000 manuscritos de su biblioteca abacial.
Zúrich se beneficia de su emplazamiento, creado por el río Limmat: aparte de su catedral románica (Grossmünster) y del Fraumünster, antiguo convento con vitrales de Giacometti y de Chagall, la ciudad posee numerosos e importantes museos.