Jordania es un inmenso yermo con algunos oasis. Posiblemente en ningún otro lugar del mundo se pueda encontrar más claramente retratado el estereotipo de desierto que en este país que se extiende entre el mar Muerto y las inmensas dunas de Arabia.
Las arenas blancas o rojas, las enormes agujas de piedra roja y negra que se alzan entre los arenales y las ocasionales manchas verdes de una vegetación siempre hambrienta de agua corresponden a esa visión clásica del desierto que, primero los escritores y luego el cine se han encargado de popularizar.
Y además los beduinos, ese pueblo nómada que es el auténtico dueño del desierto, se está encargando de hacerlo conocido y accesible al turismo sin que pierda su encanto.
Viaje inolvidable y comida sabrosa
Pasar una noche con los beduinos en Wadi-Rhum es una experiencia única, cenar bajo una jaima a la luz de la luna, acompañados por la música de la rababa (violín con sus dos cuerdas y sonido agudo) y el ritmo sordo de la darbouca que acompañan una cena sabrosa con carnes a la brasa, yogur de leche de camella y esa deliciosa ensalada presente en el mundo árabe, la taboula, es una experiencia que merece la pena vivir.
Otra visita extraordinaria será conocer Petra, la antigua capital nabatea y la atracción más famosa y una de las siete maravillas del mundo desde 2007.
Al final del pasadizo de Siq aparece el monumental Khazneh (el tesoro), uno de los restos más antiguos tallados en roca, que alcanza 43 metros de alto por 28 metros de ancho, junto con el Deir (el Monasterio), el Teatro, la Vía columnada y las Tumbas Reales forman un conjunto único y una visita imprescindible.
Otro de los atractivos de Jordania es el mar. El golfo de Aqaba asoma el país al mar de Moisés y en sus aguas transparentes puede hacerse uno de los mejores submarinismos del mundo, disfrutar de más de 140 especies de coral y miles de peces de colores que colonizan los arrecifes.
Un país que hay que ir descubriendo y uno de los sitios que no debemos dejar de ver.
